Adolfo Domínguez recuerda el despertar de su alma artística, en los años 60, en París, donde estudió Bellas Artes y Cinematografía. Tras esa decisiva estancia en la ciudad de la luz y un viaje revelador a Londres, regresó a su Galicia natal. En aquella época, en España, la gente vestía aún encorsetada en las prendas, atrapada en estructuras y estilos rígidos. Adolfo Domínguez aportó una visión diferente ya que imaginaba las prendas como una segunda piel. Desde sus inicios, sus minimalistas diseños, tanto para hombre como para mujer, transmitían una elegancia natural y cómoda, impregnada de poesía y emoción… Y es que para Adolfo Domínguez, nos vestimos para sentirnos amados.
Su eslogan “La arruga es bella” supuso toda una declaración de intenciones que proclamaba su preferencia por las materias primas naturales y sus poéticas imperfecciones realzadas por el refinado sentido de la confección del diseñador. El lino, en particular, se convirtió en su tejido estrella y fuente de inspiración para muchos de sus inolvidables diseños. España reconoció la aportación de Adolfo Domínguez al mundo de la moda con el Premio Nacional de Diseño de Moda, galardón que recibió en 2014.